Mi amigo Sonic el erizo

Sonic el erizo

Para bien o para mal, la consola Sega Genesis fue una de mis principales acompañantes durante la era central de mi infancia. Desde 1992 a 1996 un armatoste de 16 bits era mi forma estrella de pasar las horas, las tardes, antes y después de la merienda, cuando no tenía que hacer los deberes.

La compró mi padre en junio de 1992, como recompensa a mis buenas notas de aquel año. Los regalos de fin de curso fueron un aliciente especial durante aquellos años, luego desaparecieron. Sin embargo, no tengo nada que recriminarles a mis padres en ese aspecto. Al contrario. Me enseñaron que la propia recompensa de sacar buenas notas era la satisfacción del deber cumplido.

La consola Sega Genesis y un juego del que ya había oído hablar. Sonic the Hedgehog. Un puercoespín azul que debe derrotar al malvado doctor Robotnik, que ha tiranizado el apacible lugar donde viven los animales, convirtiéndolos en robots. Por tanto, Sonic anda en busca de Robotnik, mientras que los robots creados por el villano obstaculizan la travesía del héroe. Este detalle le gustó particularmente a mis padres: Sonic no mata; salta encima de los robots, liberando a los animales que se encuentran en su interior. Los tres botones del mando sólo servían para lo mismo: saltar. E ir a gran velocidad.

Sonic se convirtió entonces en mi amigo. Juntos intentábamos cumplir con su destino. Su misión era de repente la mía también. Al año siguiente, vino Sonic 2. Y la Game Gear (consola portátil de la compañía Sega), con su correspondiente Sonic. Y al siguiente, Sonic 3, y Sonic 2 para la Game Gear. Por último, Sonic & Knuckles.

Diferentes modalidades para una única misión: saltar, correr, saltar, correr, derrotar a Robotnik y sus secuaces. Recuerdo especialmente mi compra del Sonic 3. El dinero ahorrado durante mucho tiempo, para comprar el juego el mismo día que salió al mercado. Estaba en una academia de inglés, esperando que mi padre me recogiera para ir a la tienda de Videojuegos, y muchos de la clase íbamos a hacer lo mismo. Fue una bomba.

Mi fanatismo por el erizo azul llegó hasta tal punto, que por las tardes emitían en Cable unos dibujos animados basados en el personaje, y no perdía ni un capítulo, a pesar de la mala calidad de la serie. Había recorrido y luchado tanto junto a Sonic, que lo sentía parte de mi vida.

Sonic siguió su camino, en otras consolas, como Dreamcast, se pasó a Nintendo, y yo seguí el mío. Nos distanciamos cuando la Sega Genesis dejó de ser el entretenimiento por antonomasia de por las tardes.

Hoy en día, con los emuladores descargables por Internet como Retroarch, puedo volver a jugar a cualquiera de las aventuras de Sonic en cuestión de minutos. Alguna vez, que he necesitado un rato de ocio y despejarme de las continuas actividades mentales que requiere mi carrera, Sonic ha estado ahí, esperándome. Porque Sonic es un enlace directo a mi infancia, un pasaporte a mi niñez sin escalas. Para bien o para mal.

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